Siguiendo con las historias de citas a ciegas que les he relatado
durante las últimas semanas, recuerdo una que tuve con un chiquillo bien
simpático.
El
tipo no era feo, pero tampoco digamos que bruto que guapo. Sin embargo, era de
conversa fácil y, lo más importante, escuchaba todo lo que yo decía.
Nos
llevamos bien a la primera y nos reíamos mucho en nuestros encuentros, pero
igual hubo un pero: no me gusto su olor.
No
es que el tipo fuera hediondo. Se notaba que era de los que se baña todos los días
y no se repite el calzoncillo… era más bien una cuestión de PH.
No
había caso, podía estar con él en el mismo lugar, pero no cerca, porque su olor
me producía rechazo. Ni con 20 piscolas me lo hubiera agarrado.
Y
para peor, cuando se ponía perfume hacia una mezcla fatal.
Al
rato descubrí que el problema era de mi olfato y no de él, porque se lo
presente a una amiga y además de encontrarlo olorosito, lo encontró rico… y se
lo comió con aroma y todo.
Esta situación me provoco una gran duda y leí cuanto articulo pille por
ahí sobre la química y el olor.
Al
final, concluí que el asunto entre el, su aroma y yo, era pura falta de
atracción carnal y que no estábamos predestinados por la naturaleza a procrear.
En
cambio, con mi amiga, tuvieron tres niños rosados, felices y de rica fragancia.
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