sábado, 24 de noviembre de 2012

Hasta los arboles sirven a la hora de amar




   Para dar mi amor no tengo barreras.
   Me gusta probar poses, juguetes cochinos y dejarme querer donde me baje la pasión.
   Para empezar, perdí la flor en el vagón de un tren.
   Otra vez incursione en un cerro, otra en el baño de un bar y una vez detrás de una puerta en la casa de un pololo de juventud.
   Pero el sitio más insólito donde alguna vez probé las artes amatorias fue en la copa de un árbol. Claramente era joven, flexible y liviana como primate.
   Estaba de vacaciones en el campo de un tío, con mis primos y amigos de estos.
   Entre el lote hubo un espinilludo que me desordeno las hormonas y con el que me arrancaba al río para retozar entre los juncos.
   Una vez estábamos de lo mejor jugueteando en la arenita hasta que llegaron todos mis primos chicos a jugar al río y nosotros, que estábamos medios piluchos, nos montamos en un sauce para pasar piolitas.
   Como estábamos más calientes que piedra de curanto, no nos aguantamos las ganas y entre ramas terminamos lo que habíamos empezado a la orilla.
   Lo malo fue que mis primos no se fueron nunca del río y tuvimos que esperar tres horas para bajar del sauce, por lo que la anécdota nunca se me olvidó.

3 comentarios:

  1. jaja genial arriba de un árbol no eres la primera que se de esa proeza pero son pocas las personas que e escuchado ese lugar...

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  2. es genial, solo necesitas equilibrio e imaginacion

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